8. El Vaticano II y el ecumenismo
El Segundo Concilio Vaticano, más conocido como Concilio Vaticano II, es el Concilio Ecuménico 21 reconocido por la Iglesia Católica Romana. Se reúne desde el 11 octubre de 1962 al 8 de diciembre de 1965 durante los pontificados de Juan XXIII (1958-1963) y Pablo VI (1963-1978), y tiene como objetivo llevar a cabo un "aggiornamento" de la Iglesia Católica. Como el Concilio se dirige a una relativa modernización de la Iglesia Católica, así como a una apertura hacia el mundo, se enfrenta a conflictivas críticas: por parte de los tradicionalistas, que rechazan lo que perciben como una desviación de la tradición, así como desde el ala progresista, que lamentan que la modernización de la Iglesia no fuera más lejos.
Encíclica Ecclesiam suam
Ecclesiam suam es una encíclica publicada por el Papa Pablo VI (1963-1978) el 6 de agosto de 1964. Publicada durante el último año del Concilio Vaticano II, su propósito es aclarar los principales objetivos de este Concilio. A diferencia de otros textos publicados durante el Concilio, este está escrito por el Papa, no por los padres conciliares.
"Nuestro intenso deseo es ver que la Iglesia se convierta en lo que Cristo quiso que fuera: una, santa, y totalmente dedicada a la búsqueda de la perfección a la que Cristo la llamó y para lo que Él la cualificó. En su peregrinación por el mundo, la Iglesia debe realmente esforzarse para manifestar ese ideal de perfección previsto para ella por el Redentor divino [...].
Este estudio de perfeccionamiento espiritual y moral se halla estimulado aun exteriormente por las condiciones en que la Iglesia desarrolla su vida. Ella no puede permanecer inmóvil e indiferente ante los cambios del mundo que la rodea. De mil maneras éste influye y condiciona la conducta práctica de la Iglesia. Ella, como todos saben, no está separada del mundo, sino que vive en él. Por eso los miembros de la Iglesia reciben su influjo, respiran su cultura, aceptan sus leyes, asimilan sus costumbres. Este inmanente contacto de la Iglesia con la sociedad temporal le crea una continua situación problemática, hoy laboriosísima. Por una parte, la vida cristiana, tal como la Iglesia la defiende y promueve, debe continuar y valerosamente evitar todo cuanto pueda engañarla, profanarla, sofocarla, como para inmunizarse contra el contagio del error y del mal; por otra, no sólo debe adaptarse a los modos de concebir y de vivir que el ambiente temporal le ofrece y le impone, en cuanto sean compatibles con las exigencias esenciales de su programa religioso y moral, sino que debe procurar acercarse a él, purificarlo, ennoblecerlo, vivificarlo y santificarlo; tarea ésta, que impone a la Iglesia un perenne examen de vigilancia moral y que nuestro tiempo reclama con particular apremio y con singular gravedad.[...].
Naturalmente, al Concilio corresponderá sugerir qué reformas son las que se han de introducir en la legislación de la Iglesia; y las comisiones posconciliares, sobre todo la constituida para la revisión del Código de Derecho canónico, y designada por Nos ya desde ahora, procurarán formular en términos, concretos las deliberaciones del Sínodo ecuménico. A vosotros, pues, Venerables Hermanos, os tocará indicarnos las medidas que se han de tomar para hermosear y rejuvenecer el rostro de la Santa Iglesia. Quede una vez más manifiesto nuestro propósito de favorecer dicha reforma.[...].
Ante todo, hemos de recordar algunos criterios que nos advierten sobre las orientaciones con que ha de procurarse esta reforma. La cual no puede referirse ni a la concepción esencial, ni a las estructuras fundamentales de la Iglesia católica. La palabra "reforma" estaría mal empleada, si la usáramos en ese sentido. No podemos acusar de infidelidad a nuestra amada y santa Iglesia de Dios, pues tenemos por suma gracia pertenecer a ella y que de ella suba a nuestra alma el testimonio de que somos hijos de Dios (Rom 8. 16.) [...].
De modo que en este punto, si puede hablarse de reforma, no se debe entender cambio, sino más bien confirmación en el empeño de conservar la fisonomía que Cristo ha dado a su Iglesia, más aún, de querer devolverle siempre su forma perfecta que, por una parte, corresponda a su diseño primitivo [...].
Es menester asegurar en nosotros estas convicciones a fin de evitar otro peligro que el deseo de reforma podría engendrar, no tanto en nosotros, pastores —defendidos por un vivo sentido de responsabilidad—, cuanto en la opinión de muchos fieles que piensan que la reforma de la Iglesia debe consistir principalmente en la adaptación de sus sentimientos y de sus costumbres a las de los mundanos. La fascinación de la vida profana es hoy poderosa en extremo. El conformismo les parece a muchos ineludible y prudente. El que no está bien arraigado en la fe y en la práctica de la ley eclesiástica, fácilmente piensa que ha llegado el momento de adaptarse a la concepción profana de la vida, como si ésta fuese la mejor, la que un cristiano puede y debe apropiarse. Este fenómeno de adaptación se manifiesta así en el campo filosófico (¡cuánto puede la moda aun en el reino del pensamiento, que debería ser autónomo y libre y sólo ávido y dócil ante la verdad y la autoridad de reconocidos maestros!) como en el campo práctico, donde cada vez resulta más incierto y difícil señalar la línea de la rectitud moral y de la recta conducta práctica. [...].
Tenemos que estar en el mundo, pero no ser de él. Estas palabras importantes de Cristo son especialmente relevantes en el momento actual, aunque difíciles, pueden ser puestas en práctica [...].
Esto no significa que pretendamos creer que la perfección consista en la inmovilidad de las formas, de que la Iglesia se ha revestido a lo largo de los siglos; ni tampoco en que se haga refractaria a la adopción de formas hoy comunes y aceptables de las costumbres y de la índole de nuestro tiempo. La palabra, hoy ya famosa, de nuestro venerable Predecesor Juan XXIII, de feliz memoria, la palabra "aggiornamento", Nos la tendremos siempre presente como norma y programa; lo hemos confirmado como criterio directivo del Concilio Ecuménico, y lo recordaremos como un estímulo a la siempre renaciente vitalidad de la Iglesia, a su siempre vigilante capacidad de estudiar las señales de los tiempos y a su siempre joven agilidad de probar... todo y de apropiarse lo que es bueno (1 Thes. 5, 21.); y ello, siempre y en todas partes.
Suam Encíclica Ecclesiam.
http://www.vatican.va/holy_father/paul_vi/encyclicals/documents/hf_p-vi_enc_06081964_ecclesiam_en.html
Decreto sobre el ecumenismo
Unitatis redintegratio (restauración de la unidad), el Decreto sobre el ecumenismo, fue adoptado por el Concilio Vaticano II el 21 de noviembre de 1964 por 2.137 votos contra 11. Constituye un importante cambio en la relación de la Iglesia Católica con las demás confesiones cristianas. De hecho, en lugar de verlas como cristianos equivocados, Unitatis redintegratio alienta la apertura de un diálogo con la esperanza de facilitar la comprensión mutua. Dicho esto, todavía entiende unidad de los cristianos como el resultado de guiar a los "hermanos separados" de vuelta al redil romano.
"El restablecimiento de la unidad entre todos los cristianos es una de las principales preocupaciones del Concilio Vaticano II. Cristo Señor fundó una Iglesia y una sola Iglesia. Sin embargo, muchas comuniones cristianas se presentan a sí mismas ante los hombres como los verdaderos herederos de Jesucristo; todos hecho profesan ser seguidores del Señor, pero difieren en lo importante y siguen diferentes caminos, como si Cristo mismo estuviera dividido. Esta división contradice abiertamente la voluntad de Cristo, escandaliza al mundo y daña la sagrada causa de predicar el Evangelio a toda criatura [...].
Incluso en los inicios de esta una y única Iglesia de Dios, surgieron ciertas desavenencias, que condenó enérgicamente el Apóstol. Pero en los siglos posteriores hicieron su aparición disensiones mucho más graves y comunidades bastante grandes se llegaron a separar de la plena comunión con la Iglesia Católica - por lo que, con bastante frecuencia, los hombres de ambos bandos se culpaban. Los niños que nacen en estas Comunidades y que crecen creyendo en Cristo no pueden ser acusados del pecado implícito en la separación, y la Iglesia Católica los abraza como hermanos, con respeto y cariño. Ya que los hombres que creen en Cristo y han sido verdaderamente bautizados están en comunión con la Iglesia católica a pesar de que esta comunión sea imperfecta. Las diferencias que existen en diversos grados entre ellos y la Iglesia Católica - ya sea en la doctrina y en ocasiones en la disciplina, o en lo referente a la estructura de la Iglesia - de hecho crean muchos obstáculos, a veces muy graves, para la plena comunión eclesiástica. El movimiento ecuménico se esfuerza en superar estos obstáculos. Pero incluso a pesar de ellos, es verdad que todos los que han sido justificados por la fe en el bautismo son miembros del cuerpo de Cristo, y tienen derecho a ser llamados cristianos, y así se les acepta correctamente como hermanos por los hijos de la Iglesia Católica [... ].
El término "movimiento ecuménico" indica las iniciativas y actividades planificadas y llevadas a cabo, de acuerdo con las diversas necesidades de la Iglesia y segun ofrezcan las oportunidades, para promover la unidad de los cristianos. Estas son: en primer lugar, todos los esfuerzos posibles para evitar expresiones, juicios y acciones que no representen la condición de nuestros hermanos separados con verdad y justicia, y dificulten las relaciones mutuas con ellos; luego, "diálogo" entre expertos competentes de las diversas Iglesias y Comunidades. En estas reuniones, que se organizan con espíritu religioso, cada uno explica la doctrina de su Comunión con mayor profundidad y resalta claramente sus rasgos distintivos. En este diálogo, todo el mundo obtiene un conocimiento más auténtico y una estima más justa de la doctrina y de la vida religiosa de cada Comunión [...].
Debemos conocer el punto de vista de nuestros hermanos separados. Para lograr este propósito, el estudio es de obligada necesidad, y esto debe llevarse a cabo con sentido de realismo y buena voluntad. Los católicos, que ya tienen un conocimineto básico correcto, necesitan adquirir una comprensión más adecuada de las respectivas doctrinas de nuestros hermanos separados, su historia, su vida espiritual y litúrgica, su psicología religiosa y el trasfondo general. Lo más valioso para este fin son las reuniones de ambos lados - especialmente para la discusión de problemas teológicos- donde cada uno puede tratar con el otro en pie de igualdad - a condición de que las personas que participan en ellos sean verdaderamente competentes y cuenten con la aprobación de los obispos. A partir de tal diálogo surgirá aún más claramente cuál es la situación real de la Iglesia católica. De esta manera también el punto de vista de nuestros hermanos separados se comprenderá mejor, y nuestra propia creencia se explicará más acertadamente. "
Decreto sobre el ecumenismo..
http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decree_19641121_unitatis-redintegratio_en.html
Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas
La Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas Nostra Aetate (En nuestro tiempo) fue adoptada por el Concilio Vaticano II el 28 de octubre 1965 con 2.221 votos a favor contra 88 y 1 voto nulo. Va más allá del ecumenismo, promoviendo el diálogo interreligioso. Nostra Aetate hace hincapié en lo que une a estas religiones separadas y fomenta el desarrollo de los valores espirituales comunes. Señala los elementos compartidos con otras religiones monoteístas, en particular la misma fe en el Dios de Abraham. Destaca el hecho de que el Cristianismo proviene del Judaísmo y rechaza toda forma de antisemitismo. Sobre el tema del Islam, esta declaración sugiere olvidar los conflictos del pasado y poner de relieve los valores comunes por el contrario.
"Desde la antigüedad y hasta nuestros días se encuentra en los diversos pueblos una cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se halla presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana y a veces también el reconocimiento de la Suma Divinidad e incluso del Padre. Esta percepción y conocimiento penetra toda su vida con un íntimo sentido religioso [...].La Iglesia católica no rechaza nada de lo que hay de verdadero y santo en estas religiones. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres De hecho,proclama y tiene la obligación de anunciar a Cristo [...].
La Iglesia mira también con estima a los musulmanes. Ellos adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que ha hablado a los hombres; que se esfuerzan en someterse de todo corazón a sus inescrutables designios, al igual que Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia propia, sometido a Dios [...]. Dado que en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes, el Sagrado Concilio exhorta a todos a olvidar el pasado y trabajar sinceramente en busca de la comprensión mutua y preservar, así como promover juntos, para beneficio de toda la humanidad, la justicia social, el bien moral, así como la paz y la libertad.
Como el sagrado sínodo busca en el misterio de la Iglesia, recuerda el vínculo que une espiritualmente al pueblo de la Nueva Alianza con la raza de Abraham. Así, la Iglesia de Cristo reconoce que, conforme al misterio salvador de Dios, los comienzos de su fe y de su elección se encuentran ya en los Patriarcas, en Moisés y los profetas. Reconoce que todos los que creen en Cristo - hijos de Abraham- según la fe - están incluidos en la misma vocación del Patriarca y que la salvación de la Iglesia está místicamente anunciada con la salida del pueblo elegido de la tierra de esclavitud. La Iglesia, por tanto, no puede olvidar que recibió la revelación del Antiguo Testamento a través de las personas con las que Dios en su misericordia inefable estableció la Antigua Alianza [...].
Dado que el patrimonio espiritual común a cristianos y judíos es, pues, tan grande, este Sagrado Sínodo quiere fomentar y recomendar el mutuo conocimiento y el respeto que es fruto, sobre todo, de los estudios bíblicos y teológicos y del diálogo fraterno. Es cierto que las autoridades judías y los que siguieron sus directrices reclamaron la muerte de Cristo ; aún así, lo que pasó en su pasión no puede ser imputado a todos los judíos que entonces vivían, sin distinción, ni a los judíos de hoy. Aunque la Iglesia es el nuevo pueblo de Dios, los judíos no deben ser presentados como rechazados ni malditos de Dios, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras. Todos deben procurar, pues, que en la catequesis o en la predicación de la palabra de Dios, no enseñar nada que no se ajuste a la verdad del Evangelio y al espíritu de Cristo. Por otra parte, en su rechazo a toda persecución contra los hombres, la Iglesia, consciente del patrimonio que comparte con los judíos y movida no por razones políticas sino por la religiosa caridad evangélica, deplora el odio, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo, dirigidas contra judíos en cualquier momento y por cualquier persona ".
Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas.
http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decl_19651028_nostra-aetate_en.html